miércoles, 7 de abril de 2010

Cuando el río suena, agua lleva

En el evangelio leíamos: “El mal es lo que sale de la boca del hombre”. Quizás suene un poco excesivo, pero no debemos subestimar el poder de las palabras.

Las palabras tienen mucha fuerza. A golpe de sílabas se puede echar abajo aquello que tardamos tanto en construir. Las palabras son capaces de arruinar proyectos pero también son capaces de aportar esperanza y regenerarnos. La lengua es oportunidad de expresión, es manifestación de lo que somos o dejamos de ser. Cuando hablamos demasiado, exageramos o falseamos los hechos, las palabras pierden su eficacia. Las palabras tienen que expresar verdad si queremos que sean verdaderamente poderosas, si queremos que sean paz y sosiego. Manifestar verdad significa vivir en un mundo de firmeza y seguridad. Las mentiras desestabilizan y necesitan de otra mentira para poder sostenerse. La mentira destruye la confianza en la palabra.

La palabra es el punto de partida de todo lo que es humano. La relación entre el hombre y el mundo pasa siempre por la mediación de la palabra. Es la manera de nombrar la realidad. Las palabras son un puente entre nuestro interior y el exterior, las palabras comunican la conciencia.

Pero el poder de la palabra es tal, que tener la capacidad de manejarlas puede convertirnos en persuasores de la realidad. Las palabras son capaces de alterar, persuadir y manipular. Ante un mensaje cualquiera es conveniente interpretar lo que se dice, deducir lo que no se dice y averiguar la intención. Solo así podremos reducir la posibilidad de engaño.

Sin embargo, las palabras también tienen límites. Muchas veces nos creemos que a través de la palabra podemos cambiar el mundo. Pero como decía el filósofo Fernando Savater, no podemos ser libres por otro, no podemos cambiar el destino de otro si éste no se lo propone y nadie puede ser justo por otro si éste no se da cuenta que debe serlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario